Tengo un sueño constante, no podría definirlo como
recurrente ya que si bien es siempre el mismo, presenta variaciones.
Esta llana quimera ostenta rasgos confusos, enmarañados.
Una única vía, larga, infinita. En el fondo una luz que
parece estar al alcance de la mano.
Mientras camino por ese sendero (recto, angosto) formado por
dos paredes blancas que oprimen y asfixian, me inunda una sensación de libertad
absoluta, como si por fin estuviera despojado absolutamente de todo: ropa, pensamientos,
valores, prejuicios. Desnudo, avanzo con la firme convicción de estar
retrocediendo hacia el punto de origen. Al inicio.
Aunque ese pasillo es idéntico en toda su extensión, sé que
nunca estoy parado en el mismo lugar en el que estaba la
vez anterior que soñé ese sueño: todo está dispuesto exactamente de la misma
forma; pero, es diferente. ¿Me entiende, Doctor? ¡Nada cambia y todo es tan
distinto! Aunque conozco qué es lo que va a pasar; jamás sé si estoy despierto
o dormido.
En ese momento mi analista levantó la mano levemente y forjó
con la palma una señal de alto. No era necesario, no tenía más que agregar aunque
las palabras quisieran seguir brotando
de mi boca.
Me sorprendió con la claridad de sus frases. En un tono de
voz calmado y casi monótono dijo: “La soledad, esas sensaciones
contradictorias, volver a encontrarse con algo ya vivido, no poder avanzar, la
impresión de retroceso, no saber dónde está, si se encuentra despierto o
dormido y un único camino recto. ¿No le parece que habría que empezar a
explorar otras opciones? Recuerde que si está buscando resultados distintos no
tiene que hacer siempre lo mismo. Si el camino no tiene bifurcaciones; construya
una. Corra el riesgo de derribar una pared aunque no sepa qué puede aparecer
detrás de ella”.